El gas tiene la desagradable costumbre de explotar: es responsable de cientos de muertes y de miles de millones en daños en la última década. Pero también causa daños a la salud a largo plazo, enfermando a las personas que viven cerca de pozos y en los hogares con aparatos de gas debido a los humos tóxicos.
Entre 2010 y 2020, casi una vez cada dos días, hubo accidentes de gas que causaron daños importantes, lesiones o muertes. Y eso sin tomar en cuenta los accidentes “detrás del medidor”: la compañía de gas te hecha la culpa a ti si tu casa explota.
El transporte de gas licuado sobreenfriado por tren estuvo prohibido hasta 2020, cuando la administración de Trump decidió que las ganancias de la industria de los combustibles fósiles eran más importantes que las vidas de las personas que vivían cerca de las líneas ferroviarias.
El metano y otros contaminantes nocivos son arrojados en el aire, el suelo y el agua cerca de los sitios de perforación, lo que obliga a que las personas respiren el esmog y los gases. Este aire envenenado está relacionado con nacimientos prematuros, enfermedades cardiovasculares, cáncer y otros daños a la salud.
Incluso cuando están apagadas, las estufas de gas filtran metano y otras sustancias químicas tóxicas al aire de tu hogar, lo que provoca niveles de contaminación del aire que violarían la Ley de Aire Limpio (Clean Air Act) si se midieran al aire libre. (¡EPA no regula la calidad del aire interior!)
